miércoles, 23 de julio de 2014

Continuará?

Pensé que podría, pero al final no.
Pensé que podría salir al campo de batalla sin yelmo “qué va, sus palabras no lograrán afectarme”, pensé que podría salir sin cota de malla “qué va, no dejaré que nadie llegue tan lejos”. Me equivoqué.
Pensé que sería fácil, como ese juego en que el sabes que vas a ganar y por eso juegas. Pero no.
Me siento tan vulnerable.

“Ella alzó la mirada, fiera y desafiante, como un animal enjaulado durante mucho tiempo que aún no ha perdido su instinto.
Saltó aquel alto muro y sacudió la cabeza, haciendo que su melena quedara expuesta al frío viento del desierto nocturno. Su paso era lento y cautivador, casi felino. Miraba de un lado a otro expectante a encontrar alguna víctima que satisficiera sus deseos aquella noche de luna nueva.
El primero en aparecer fue un espécimen alto y fornido. Desde aquella distancia parecía un objetivo difícil, pero no se iba a dejar amedrentar a aquellas alturas, después de todo lo que había pasado para llegar hasta allí. Acechó entre las sombras y lo siguió a una distancia prudente. Parecía que se dirigía hacia un lugar concreto y por suerte no parecía haberse dado cuenta de que lo seguían.
Ella escaló ágilmente a una roca donde la altura le sería propicia para abalanzarse, y en ese momento sitió un golpe seco en el costado. Alguien se le había adelantado y estaba siendo atacada. Se debatió como pudo, ya que estaba en desventaja por el factor sorpresa. Intentó zafarse de su atacante, pero éste era persistente. Sólo alcanzó a ver de él unos increíbles ojos brillantes; como luceros de verano.
Cayeron rodando por la roca hasta dar con el suelo duro. Ella sintió un golpe terrible en la cabeza pero eso no hizo que se detuviera. Hubo arañazos y dentelladas por parte del agresor, lo que hizo que ella se sorprendiera, ya que no usaba arma alguna y nunca había visto nada igual. Por un instante su rostro quedó expuesto a la tenue luz que las estrellas ofrecían y con horror descubrió que se trataba de un licántropo, sus dientes afilados parecían brillar con luz propia y no daban respiro a su blanda carne, que cedía con asombrosa facilidad ante ellos.
Se revolvió asustada, y con un grito desesperado se desembarazó de sus garras, corriendo hacía la oscuridad medio a trompicones. Se adentró casi sin darse cuenta entre unas grandes rocas que hacían las veces de refugio y no apartaba la vista del lugar por donde había venido, por si volvía a aparecer aquel monstruo. Una vez desaparecida la adrenalina del momento se dio cuenta de que estaba sangrando en el pecho. Era una herida profunda y no paraba de salir sangre. Cerró los ojos y apretó los dientes con fastidio. Se desgarró lo que le quedaba de camiseta para hacerse un vendaje improvisado.

El chico lobo parecía que no iba a volver y una vez calmados los ánimos se aventuró a salir de aquella especie de cueva. Asomó la nariz convencida de que ahora nadie la pillaría por sorpresa, y justo en ese momento alguien la agarró del brazo y tiró de ella hacia la oscuridad de las grietas. La empujó bruscamente contra una pared de piedra y se acercó peligrosamente a su cuello, pudiendo sentir su respiración agitada sobre ella. Pasó un breve instante y cuando reunió el valor para abrir la boca, él puso raudo un cuchillo muy afilado sobre su rostro. Apretó lo suficiente para dejar que un fino hilo de sangre resbalara por su mejilla, a modo de advertencia.
Intentó controlar su respiración y pensar con claridad, pero aquel experimentado depredador se apretaba contra su cuerpo nublando sus sentidos… Y de repente, tal y como había aparecido, desapareció sin dejar ni rastro.
Ella escudriñó  desconfiada entre todos los recovecos, pero no consiguió ver nada.

Magullada y desafiante, volvió a intentar salir de allí, esta vez lo más rápido que le permitieron sus piernas. Corrió y corrió hasta que le ardió respirar, y cuando parecía que su corazón iba a salir disparado de su pecho, siguió corriendo, sintiéndose libre y disfrutando por primera vez de una huida.
De casualidad, vio por el rabillo del ojo una silueta que le resultaba familiar. Era el primer chico que había visto, el alto, que la estaba observando. Esta vez no la pillarían desprevenida y tensó los músculos, dispuesta a atacar. Sacó un pequeño cuchillo que guardaba en el tobillo y se lanzó, zigzagueando, hacia su presa. El dolor de sus heridas limitaba sus movimientos, pero se esforzaba para que no se le notase.
La colisión entre los cuerpos fue inesperada, ya que ella no lo esperaba tan cerca, se había movido casi imperceptiblemente. Él la intentó agarrar de las muñecas pero con un movimiento ágil ella se colocó encima, dominante, tumbándolo al suelo y colocando su rodilla sobre el pecho de él. Deslizó su nariz por la mandíbula de éste, pudiendo ya casi saborear su victoria. Entonces él alzó un brazo y le acarició la mejilla, apartando el pelo de su cara. Le dirigió una mirada interrogante y cometió el error de quitarle la rodilla del pecho. En ese momento las tornas cambiaron y él se colocó encima de ella, inmovilizándola sin apenas dificultad con una sonrisa en los labios.
Se maldijo en silencio por haber perdido tres de tres. Estaba agotada, tanto física como mentalmente. Y cuando pensaba que ya nada podría ir peor, sus dos anteriores enemigos aparecieron detrás de ella, caminando lentamente y riendo burlonamente.
No había escapatoria, la mano de uno se cernió sobre su cuello, el cuchillo de otro se clavó en su costado, y los dientes del último volvieron a cerrarse entorno a la herida ya abierta.


Sólo pudo cerrar los ojos y esperar el final.”