Pensé que podría, pero al final no.
Pensé que podría salir al campo de batalla sin yelmo “qué
va, sus palabras no lograrán afectarme”, pensé que podría salir sin cota de malla
“qué va, no dejaré que nadie llegue tan lejos”. Me equivoqué.
Pensé que sería fácil, como ese juego en que el sabes que
vas a ganar y por eso juegas. Pero no.
Me siento tan vulnerable.
“Ella alzó la mirada, fiera y desafiante, como un animal
enjaulado durante mucho tiempo que aún no ha perdido su instinto.
Saltó aquel alto muro y sacudió la cabeza, haciendo que su
melena quedara expuesta al frío viento del desierto nocturno. Su paso era lento
y cautivador, casi felino. Miraba de un lado a otro expectante a encontrar
alguna víctima que satisficiera sus deseos aquella noche de luna nueva.
El primero en aparecer fue un espécimen alto y fornido.
Desde aquella distancia parecía un objetivo difícil, pero no se iba a dejar
amedrentar a aquellas alturas, después de todo lo que había pasado para llegar
hasta allí. Acechó entre las sombras y lo siguió a una distancia prudente.
Parecía que se dirigía hacia un lugar concreto y por suerte no parecía haberse
dado cuenta de que lo seguían.
Ella escaló ágilmente a una roca donde la altura le sería
propicia para abalanzarse, y en ese momento sitió un golpe seco en el costado.
Alguien se le había adelantado y estaba siendo atacada. Se debatió como pudo,
ya que estaba en desventaja por el factor sorpresa. Intentó zafarse de su
atacante, pero éste era persistente. Sólo alcanzó a ver de él unos increíbles
ojos brillantes; como luceros de verano.
Cayeron rodando por la roca hasta dar con el suelo duro.
Ella sintió un golpe terrible en la cabeza pero eso no hizo que se detuviera.
Hubo arañazos y dentelladas por parte del agresor, lo que hizo que ella se
sorprendiera, ya que no usaba arma alguna y nunca había visto nada igual. Por
un instante su rostro quedó expuesto a la tenue luz que las estrellas ofrecían
y con horror descubrió que se trataba de un licántropo, sus dientes afilados
parecían brillar con luz propia y no daban respiro a su blanda carne, que cedía
con asombrosa facilidad ante ellos.
Se revolvió asustada, y con un grito desesperado se
desembarazó de sus garras, corriendo hacía la oscuridad medio a trompicones. Se
adentró casi sin darse cuenta entre unas grandes rocas que hacían las veces de
refugio y no apartaba la vista del lugar por donde había venido, por si volvía
a aparecer aquel monstruo. Una vez desaparecida la adrenalina del momento se dio
cuenta de que estaba sangrando en el pecho. Era una herida profunda y no paraba
de salir sangre. Cerró los ojos y apretó los dientes con fastidio. Se desgarró
lo que le quedaba de camiseta para hacerse un vendaje improvisado.
El chico lobo parecía que no iba a volver y una vez calmados
los ánimos se aventuró a salir de aquella especie de cueva. Asomó la nariz
convencida de que ahora nadie la pillaría por sorpresa, y justo en ese momento
alguien la agarró del brazo y tiró de ella hacia la oscuridad de las grietas.
La empujó bruscamente contra una pared de piedra y se acercó peligrosamente a
su cuello, pudiendo sentir su respiración agitada sobre ella. Pasó un breve
instante y cuando reunió el valor para abrir la boca, él puso raudo un cuchillo
muy afilado sobre su rostro. Apretó lo suficiente para dejar que un fino hilo
de sangre resbalara por su mejilla, a modo de advertencia.
Intentó controlar su respiración y pensar con claridad, pero
aquel experimentado depredador se apretaba contra su cuerpo nublando sus
sentidos… Y de repente, tal y como había aparecido, desapareció sin dejar ni
rastro.
Ella escudriñó
desconfiada entre todos los recovecos, pero no consiguió ver nada.
Magullada y desafiante, volvió a intentar salir de allí,
esta vez lo más rápido que le permitieron sus piernas. Corrió y corrió hasta
que le ardió respirar, y cuando parecía que su corazón iba a salir disparado de
su pecho, siguió corriendo, sintiéndose libre y disfrutando por primera vez de
una huida.
De casualidad, vio por el rabillo del ojo una silueta que le
resultaba familiar. Era el primer chico que había visto, el alto, que la estaba
observando. Esta vez no la pillarían desprevenida y tensó los músculos,
dispuesta a atacar. Sacó un pequeño cuchillo que guardaba en el tobillo y se
lanzó, zigzagueando, hacia su presa. El dolor de sus heridas limitaba sus
movimientos, pero se esforzaba para que no se le notase.
La colisión entre los cuerpos fue inesperada, ya que ella no
lo esperaba tan cerca, se había movido casi imperceptiblemente. Él la intentó
agarrar de las muñecas pero con un movimiento ágil ella se colocó encima,
dominante, tumbándolo al suelo y colocando su rodilla sobre el pecho de él.
Deslizó su nariz por la mandíbula de éste, pudiendo ya casi saborear su
victoria. Entonces él alzó un brazo y le acarició la mejilla, apartando el pelo
de su cara. Le dirigió una mirada interrogante y cometió el error de quitarle
la rodilla del pecho. En ese momento las tornas cambiaron y él se colocó encima
de ella, inmovilizándola sin apenas dificultad con una sonrisa en los labios.
Se maldijo en silencio por haber perdido tres de tres.
Estaba agotada, tanto física como mentalmente. Y cuando pensaba que ya nada
podría ir peor, sus dos anteriores enemigos aparecieron detrás de ella,
caminando lentamente y riendo burlonamente.
No había escapatoria, la mano de uno se cernió sobre su
cuello, el cuchillo de otro se clavó en su costado, y los dientes del último
volvieron a cerrarse entorno a la herida ya abierta.
Sólo pudo cerrar los ojos y esperar el final.”