domingo, 24 de marzo de 2013

A perpetuidad

He rescatado algo que escribí hace mucho tiempo en una incursión a uno de mis lugares favoritos de Granada, el cementerio.

A perpetuidad.
Letras que se deslizan por la punta del bolígrafo. ¿Sabes lo que creo que significa? Para siempre. Por los años de los años. Infinitamente. 

¿De veras cree la gente que va a vivir tanto tiempo? Es estúpido pensar que todo esto va a durar tanto. Son almas que se van a olvidar. Están destinadas a caminar errantes entre las mentes de los vivos y de las cuales sólo quedará el nombre y la fecha de defunción. A perpetuidad, como el viento cuando lame dulcemente el rostro de un niño, cuando seca sus lágrimas y quiebra la voz.

Este lugar me da seguridad, es un sitio serio. Sí, esa es la palabra, serio. Un sitio donde no hay lugar para sonrisas vacías, sólo para profundas reflexiones, lágrimas amargas y pensamientos lúgubres.
Pero ah, deberías verlo. Es hermoso a su manera. Un suelo exquisitamente empedrado, con sus adoquines grises y rojos perfectamente ordenados y dispuestos en hileras que forman los pequeños caminos.
También hay una gran variedad de árboles y arbustos, pero tristemente separados entre ellos, destinados a la soledad, como las almas de este lugar.
Qué pena me dan estos nichos abandonados, vagamente decorados y con flores secas. Qué pena me da el pobre naranjo que pasa desapercibido.

El viento siempre peinará mis rizos en este lugar. 
A perpetuidad.