domingo, 17 de junio de 2012

Long Tales III

Cuenta la leyenda que hace muchos muchos años en el idílio de dioses del inframundo, se estaban corriendo una buena juerga. Sus largas cabelleras rojizas y brillantes parecían tener vida propia. Danzaban de un lado a otro enredándose en todo lo que se aproximaba.
Arcania, madre de todos aquellos seres vigilaba desde su trono de llamas toda la fiesta. Estaban celebrando la mayoría de edad de su última hija. 
Cuando un ser del Averno cumplía los 250 años se celebraba una gran fiesta la cual significaba que tendría que dejar de corretear por el mundo mortal gastando bromas pesadas a los humanos para asumir un puesto de responsabilidad entre los fuegos del infierno. Estas responsabilidades abarcaban desde dirigir y contabilizar las almas y sus castigos eternos, hasta pinchar con un tridente a los más testarudos.

Pero la hija de Arcania era un poco tonta. Ella no servía para labores tediosas y cuando se le ponía el tridente en la mano no podía ni levantarlo y siempre lo dejaba abandonado en alguna esquina.
Lo único que ella quería eran aventuras amorosas y fiestas. Su madre la odiaba por ello. Pensaba que era su hija más inútil a pesar de haber puesto en ella muchas expectativas debido a que su melena brillaba más que cualquier otra, incluso cuando era pequeñita.
Lo que Arcania no sospechaba era que desde temprana edad su hija ya había decidido basar su vida en rendir culto a su físico, así que en vez de corretear gastando bromas pesada a los humanos como los demás niños, ella se dedicaba a robar champú y acicalarse diariamente. Por eso lucía una melena con un brillo rojo intenso.

Como iba diciendo, en medio de toda aquella fiesta de encontraba la hija menor de Arcania, ebria de felicidad (y de lo que no es felicidad) por ser el centro de atención de todo el mundo.
Cuando su madre no miraba y en un acto de imprudencia, abandonó el Averno para aventurarse al mundo superior. Emergió de entre dos peñascos situados en lo más profundo del bosque más lejano de toda civilización. Pero el caprichoso azar quiso que se encontrase con un apuesto muchacho que se había perdido buscando comida. En realidad no era tan apuesto, pero en esos momentos a ella le dio igual. Se abalanzó sobre él como una leona en celo.

No se volvió a saber más de ella hasta los tres días posteriores, cuando cansada ya de juegos lujuriosos bajó a su hogar.
Su madre no imaginaba lo que había pasado hasta que tras 6 semanas (que era lo que tardaba en desarrollarse en embarazo en aquellas criaturas) pudo comprobar ella misma que su hija más inútil estaba embarazada. Arcania estaba furiosa. Ningún otro ser del Averno estaba diseñado para tener descendencia, sólo ella. Se trataba de una infamia atroz y ella lo tomó como un insulto hacia su persona. Ella era la Madre y su fertilidad la hacia única y especial. No podía tolerar que alguien tratara de igualarse a ella, y menos una cría inútil e idiota.
Arcania no tuvo más remedio que expulsar a su hija de aquel paraíso infernal. Su destierro era permanente, para ella y para toda su descendencia a la que ilegitimaba de alma tanto mortal como divina.

Como ya podréis imaginar la hija de Arcania tuvo que vagar sola por el mundo mortal con sus retoños. Un día fueron lo suficientemente mayores como para contarles toda la historia, y así comenzó alimentar su odio hacia las criaturas del infierno.

Pronto descubrieron que las almas que no disponían podían robarlas a otros humanos. Cada vez que robaban una, una pequeña manchita marrón adornaba su rostro.


Y esta es la historia de de dónde venimos los pelirrojos y por qué tenemos pecas.


Para siempre.