sábado, 18 de agosto de 2012

Experiencias enriquecedoras (parte 1): El Viaje

A penas acabábamos de dejar atrás a nuestro último compañero (él único, buenamente dicho sea, que fue capaz de apiadarse de nuestras almas y acompañarnos un trecho peligroso y esquivo) y el mero hecho de pensar en la travesía que nos aguardaba hacía que nuestros corazones se encogieran.

Caminábamos pausadamente para guardar fuerzas, ya que sabíamos que cualquier cosa podría acecharnos y de un momento a otro tendríamos que echar a correr.

No tardó mucho en llegar la oscuridad, dejando atrás el dulce cobijo de la luz (aunque fuera simple alumbrado público). Pasamos cerca de lo que parecían ser unas tierras baldías y muertas, cercadas por un alambre grueso y su correspondientes valla. Cada vez la luz se iba quedando más atrás y el viento ululaba suave. Las hojas secas rozaban el suelo y se metían entre nuestros pies.

Un ruido desconocido nos asaltó.

-¡Ay que ha sido eso! -dijo mi compañera de ojos grandes y pelo castaño.

-No sé -dije yo sinceramente.

-¿Y por qué tengo que estar yo aquí justo al lado de esto? Ponte tú -se quejó mientras me agarraba del brazo y me ponía al lado de los matorrales de los que había salido el ruido.

Seguimos andando por la oscuridad en silencio, solamente acompañadas del <<fiummm>> de los coches que pasaban a escasos metros de nosotras.
Otro ruido desconocido asaltó nuestros corazones, esta vez más cerca.
Nos apretamos la mano instintivamente.

-¿Qué es eso? Pon música por dios, pon música -me pidió mientras me miraba suplicante.

Cogí el móvil y puse una canción al azar.
De repente escuchamos feroces aullidos que provenían de la oscuridad más cercana.

Apretamos el paso.